A partir del 5 de octubre próximo y hasta el 19 del mismo
mes, los ojos del mundo católico se posarán en el Vaticano, lugar elegido para
realizar este Sínodo Extraordinario de Obispos el cual fuera convocado, hace
dos años, por el papa Francisco, llegado desde el fin del
mundo para dirigir una institución milenaria.
Analizando
un poco el tema, se observa que se pone en discusión cuestiones de suma
importancia que supera el marco de un Sínodo
Extraordinario sino que se prolonga, hasta el 2015, cuando se concrete la Asamblea General Ordinaria. Siguiendo la
metodología propia de la Iglesia, se puede afirmar que las deliberaciones de
este año tendrán por objetivo de evaluar
y profundizar datos, testimonios y sugerencias de las iglesias
particulares. Un año más tarde, se pasará una suerte de peine fino con el cual se delimitarán las tareas a realizar en el
nuevo contexto. Serán los encargados de individuar
líneas operativas pastorales.
Los desafíos pastorales de la
familia en el contexto de la evangelización
es el tema central de la convocatoria ya que “dentro de él” se incluyen
cuestiones relacionadas al matrimonio y la familia. Sabido es que dentro
de la cuestión –y así los reconoce el documento Instrumentum Laboris- se encuentran la situación de aquellos
matrimonios casados dentro de las normas eclesiales, pero que se han separado y
volvieron a contraer nuevas nupcias. Formaron otras familias, conocidas bajo el
nombre de familias ensambladas”.
Dentro del esquema de
análisis y de trabajo, de acuerdo a lo leído y a la práctica habitual de este
tipo de deliberaciones, el tema central se dividió en tres secciones. De ese
total, es la tercera la que atrae mayormente la atención puesto que,
siguiendo al documento, está dedicada a la apertura a la vida y a la
responsabilidad educativa de los padres, que caracteriza el matrimonio entre el
hombre y la mujer. Queda a las claras que para la Iglesia el matrimonio
junto a ser una institución, es el que se entabla entre un hombre y una mujer.
Por lo tanto, el denominado matrimonio del mismo sexo, carece de todo
valor y no merece ser abordado en el seno de la Iglesia.
Uno de los puntos
críticos del debate está centrado en las personas que se casaron por Iglesia,
se separaron y volvieron a casar, pero que hoy no pueden acercarse al
sacramento de la comunión, debido a disposiciones específicas emanadas de los
pontífices. El matrimonio no está concretamente mencionado tanto en el Antiguo como en el Nuevo
Testamento, tal vez porque la institución era desconocida en esa época.
Es crucial lo que se sostiene en el Nuevo Testamento, más
precisamente en el Evangelio
de San Mateo, capítulo 9 en donde Jesús
dice: “lo que Dios une, no lo separe el hombre”, expresión o pasaje
donde especifica que el vínculo matrimonial se concreta en la unión del hombre
y la mujer.
Sin embargo, queda una
suerte de puerta abierta
cuando Jesús señala a Pedro como la “cabeza” de su
Iglesia, En ese pasaje (Mateo 16:19) manifiesta: “lo que atares en la tierra quedará atado en los cielos y lo que
desatares en la tierra, quedará desatado en los cielos”. Tal
manifestación, en el lenguaje de los rabinos, lo que se quiere expresar
con “atar” y “desatar”, es “prohibir” y “permitir”, “condenar” y “absolver”.
Desde el punto de
vista bíblico, el tema relacionado con el matrimonio es una cuestión que gana
presencia tanto en el Antiguo
Testamento, como en el Nuevo
Testamento. Ya en el Libro de
Tobías (cap. 7 y siguientes) se narra una historia de amor que finaliza
en matrimonio enmarcado en un espíritu de “recta intención”. Ya en el Libro del Génesis se fija dos
motivos de “separación” en las uniones: la unión ilegítima (cuando una de las
partes no es creyente) y en 1 de
Corintios 7:11 se agrega la separación sin ánimo de volverse a casar.
Desde un principio se consideró que un “segundo matrimonio” es sinónimo de “cometer
adulterio”.
No sucede lo mismo con
el sacerdocio, institución que sí era conocida en esa época, al cual, sin
mencionarlo establece las “normas” para seguirlo, pero en Mateo 16:24 el texto es bien claro. Allí Jesús dice: si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su
cruz y sígame”. Expresión que se repite, textualmente, en Lucas 9:23 y en Marco 8:34, mientras que en Hebreos
13:4 se deja establecido: tengan
todos en gran honor el matrimonio, y el lecho conyugal sea inmaculado”.
Pero es el cardenal
alemán Waler Kasper quien
pone el dedo en la llaga, sacando el análisis del ámbito bíblico y volverlo más
humano a la luz de lo expresado en Mateo
16:19, el prelado manifiesta:
“No puedo imaginar una
situación en la que un ser humano haya caído en un abismo y no haya vía de
escape. A menudo no se puede volver al primer matrimonio. Si esto es posible,
debería haber una reconciliación con la esposa o con el esposo, pero, a menudo,
esto no es posible”.
“En el Credo -añadió el purpurado- decimos que
creemos en el perdón de los pecados. Si hubiera esta falta, y si existiera el
arrepentimiento, ¿la absolución no sería posible? Mi pregunta pasa a través del
sacramento de la penitencia, mediante el cual hemos accedido a la santa
comunión. Pero la penitencia es la cosa más importante: el arrepentimiento por
lo que salió mal y una nueva dirección de vida. La nueva casi familia o la
nueva relación deben ser sólidas, y hay que vivir de forma cristiana. Un tiempo
de nueva orientación (metanoia) sería necesario. No para castigar a las
personas, sino para una nueva dirección de vida, porque el divorcio es siempre
una tragedia”.
Al final de su
exposición el prelado se pregunta: “¿No
es posible la absolución en este caso? Y si la absolución es posible, ¿lo es
también la santa comunión? Hay muchos argumentos de nuestra tradición católica
que podrían ´permitir este proceder”. Dentro del pensamiento del cardenal
alemán, se observa que existe una gran preocupación dentro dela Iglesia por
todo el contexto que significa el matrimonio, divorcio, vueltos a casar y
nuevamente separados.
A todas luces el
problema no es simple, porque presenta diferentes aristas y debe ser analizado
desde una perspectiva moderna, de acuerdo a las realidades del mundo de hoy. La
problemática del casado, separado y
vuelto a casar supera a la especulación de los Padres de la Iglesia y de
los teólogos, por lo que más que solución se busca un punto de equilibrio.
Vale la pena recordar
que en el mundo ortodoxo al sacerdote
se le permite contraer matrimonio y ante un segundo matrimonio, no pierde su
condición. Eso sí, quien aspire a ser obispo, debe permanecer célibe. Pero vaya
a modo de final el posicionamiento del cardenal que encuentra, cierto “argumento”
favorable en la tradición de la Iglesia:
“Alfonso María de Liguori
-explicó Kasper- era un rigorista al inicio. Después trabajó con gente
simple en Nápoles y descubrió que no es posible ser rigoristas. Era un
confesor”. El cardenal también aludió al llamado “equiprobabilismo”, tesis que
surgió en el terreno de la casuística jesuita y que hicieron suyo justamente el
santo napolitano y su congregación. El principio fundamental consiste en la
afirmación de que una regla moral es realmente incierta, por lo que no sería
vinculante, solo cuando las opiniones en contra y a favor de la misma cuenten
con un grado de probabilidad igual.
“Estoy de acuerdo con esto. Y, obviamente, dado que Alfonso María de Liguori es el patrón de la teología moral, no vamos mal acompañados si nos basamos en él. Tomás de Aquino escribió sobre la virtud de la prudencia, que no critica la regla común, sino que se aplica en lo concreto y en una situación muy complicada. Entonces, creo que existen argumentos en la tradición”.
Como sea, será
interesante observar el desarrollo de las posturas, a partir del 5 de octubre
próximo cuando inicie sus deliberaciones el Sínodo
Extraordinario de Obispos.
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