La
realidad que hoy se observa en panoramas de la televisión, en reseñas radiales,
crónicas de diarios o periódicos e inclusive en sitios web, es una realidad
propia de los políticos, funcionaros, gobernantes, legisladores, empresarios,
sindicalistas, dirigentes deportivos, periodistas, artistas, pero nada
tiene que ver, con la realidad de todos los días. De lo que pasa “abajo”, en el
mundo de lo cotidiano.
Tal
vez, el único tea que proviene de abajo, sea la inseguridad porque se mató, se atropelló, se golpeó, se violó, se
raptó, se sometió, se secuestró, se robó, se explotó a una persona que, por lo
general, su perfil responde a un cuadro social de humildad, de necesidad. Es el
pobre que sufre la inseguridad diaria.
Pero
dejando de lado este punto, doloroso, duro, y hasta diría por momentos
escabroso, hay otra realidad que la
vive todo ciudadano cualquiera sea su condición social pero que no forma parte
de esa suerte de Olimpo en que viven políticos, dirigentes, empresarios,
periodistas, personajes del espectáculo, barras.
¿Cuál
es esa realidad de la que nadie dice nada y sin embargo forman parte de planes,
de acciones, propuestas, programas? Es aquella que puede ser observada por
quienes trajinan el andar diario de sus actividades. Sólo quienes viven en ese nivel,
pueden darse cuenta que muchas medidas presentadas como verdaderas respuestas
para aquellos que no tienen son
simples “tirar para adelante “o[FG1] trasladar al mundo de lo cotidiano aquello que
le molesta al poderoso.
Doy
un ejemplo paradigmático de la realidad de hoy: el PRO.CRE.AR, un programa que
fue presentado como una verdadera solución para aquellas personas o familias
que carecen de una vivienda propia y que por sus ingresos, pueden afrontar el
pago de un préstamo de dinero para construir sus casas.
Hay
zonas en las cuales se observa que los flamantes beneficiados del préstamo, se
encuentran huérfanos a la hora de “iniciar”
la obra. Por lo general, las municipalidades ven con agrado que terrenos de
grandes dimensiones sean loteados porque de esa forma, mejoran sus ingresos
porque comienzan a utilizar otras escalas de tasas ya que de “terrenos baldíos”
pasan a “casa habitación”. Comunas y gobiernos de provincia, son los primeros
beneficiados.
Pero
existe otro ejemplo, paradigmático y al mismo tiempo muy duro. Son aquellas
personas que adquirieron un lote en “ph” y a la hora de solicitar el “final de
obra” a la empresa distribuidora de gas domiciliaria, se encuentra con la fría
y cruel realidad que el beneficio de contar con este servicio, lo
tendrá cuando la empresa considere que existe suficiente capacidad para
suministrar el gas.
Hasta
aquí todo está bien, lo malo y cabrón se encuentra en el
origen del trámite tanto en la municipalidad como en la empresa. Es por norma
general que toda obra de construcción exige que se solicite el correspondiente
permiso de construcción. En este punto, la comuna nada dice que el servicio
de gas domiciliario está “atado” a la
capacidad técnica de la empresa. Tal información es más que importante porque
frente a esa realidad del frentista –que no contará con el servicio- puede
proyectar soluciones intermedias mucho antes de encontrarse en un callejón sin
salida.
Tal
silencio
de tumba se repite en la mesa de entradas de la empresa que administra
el suministro cuando el “feliz frentista” inicia la gestión de obra por medio
de su “matriculado”. Se sospecha, pero nada se dice. ¿Por qué el silencio? La
respuesta es clara para quien conoce el mercado de la distribución del gas. Una
empresa se encarga de distribuir el gas por red y otra, diferente, el gas
envasado o en garrafa. Pero existe una segunda razón: el gas que más se consume
es utilizado en los sistemas de calefacción central. Principalmente en zonas de
montaña o de mucho frío en donde la calefacción es utilizada las 24 horas del
día.
Si
el potencial usuario se inclina por incorporar un sistema a base de leña,
difícilmente se incline luego por la calefacción central. La leña, en zona de
montaña es más económica, de fácil acceso y muy utilizada en salamandras o las
conocidas “estufas rusas.
Esta
“realidad diaria” se contrapone con la cara feliz del funcionario cuando en
público se solaza al hablar de los beneficios otorgados por el programa y no lo
menciona, porque no conoce la “realidad diaria del ciudadano común”.
Este
programa, como el sistema de tarjetas en el uso del transporte público de
pasajeros, son simples acciones de “patear
para adelante. Con el sistema de “tarjeta” se solucionan dos problemas: al
trabajador se le brinda mayor seguridad porque no manejará dinero en efectivo
y, a la empresa, le brinda una herramienta de fácil fondeo en el plazo
inmediato. Por lo general, el usuario del servicio diario, no compra boleto por
boleto, sino que invierte una suma de dinero que cubra, como mínimo, una semana
laboral. Estamos hablando de un desembolso de 100 pesos por cada recarga y si a
esa cifra se la multiplica por la totalidad de los usuarios “diarios”, se tiene
una idea aproximada de la recaudación improvisada.
Pero
este “beneficio” es para el usuario residente, no así para el “usuario eventual”, ese que no vive en
la ciudad y se traslada a ella sea por vacaciones o para realizar trámites o
una visita al médico. Para ese usuario no está solucionado el tema, porque no
existen bocas de expendio de boletos eventuales y si las hay, siempre están muy
alejadas de la zona céntrica, por donde se desenvuelve el usuario. Esta
historia se repite al momento del regreso. Los boletos eventuales se pueden
adquirir para ir, no para volver, ya que el correspondiente al regreso debe ser
adquirido en el lugar. Se calcula que
por esta razón, el “usuario eventual” pierde media jornada para solucionar el
tema del transporte.
Estos
son los “logros” de un sistema impuesto por los de “arriba” sin importar lo que
realmente les sucede a los de “abajo”. ¿Algún día habrá solución?
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