domingo, 27 de julio de 2014

LA REALIDAD DE TODOS LOS DIAS

La realidad que hoy se observa en panoramas de la televisión, en reseñas radiales, crónicas de diarios o periódicos e inclusive en sitios web, es una realidad propia de los políticos, funcionaros, gobernantes, legisladores, empresarios, sindicalistas, dirigentes deportivos, periodistas, artistas, pero nada tiene que ver, con la realidad de todos los días. De lo que pasa “abajo”, en el mundo de lo cotidiano.
Tal vez, el único tea que proviene de abajo, sea la inseguridad porque se mató, se atropelló, se golpeó, se violó, se raptó, se sometió, se secuestró, se robó, se explotó a una persona que, por lo general, su perfil responde a un cuadro social de humildad, de necesidad. Es el pobre que sufre la inseguridad diaria.
Pero dejando de lado este punto, doloroso, duro, y hasta diría por momentos escabroso, hay otra realidad que la vive todo ciudadano cualquiera sea su condición social pero que no forma parte de esa suerte de Olimpo en que viven políticos, dirigentes, empresarios, periodistas, personajes del espectáculo, barras.
¿Cuál es esa realidad de la que nadie dice nada y sin embargo forman parte de planes, de acciones, propuestas, programas? Es aquella que puede ser observada por quienes trajinan el andar diario de sus actividades. Sólo quienes viven en ese nivel, pueden darse cuenta que muchas medidas presentadas como verdaderas respuestas para aquellos que no tienen son simples “tirar para adelante “o[FG1]  trasladar al mundo de lo cotidiano aquello que le molesta al poderoso.
Doy un ejemplo paradigmático de la realidad de hoy: el PRO.CRE.AR, un programa que fue presentado como una verdadera solución para aquellas personas o familias que carecen de una vivienda propia y que por sus ingresos, pueden afrontar el pago de un préstamo de dinero para construir sus casas.
Hay zonas en las cuales se observa que los flamantes beneficiados del préstamo, se encuentran huérfanos a la hora de “iniciar” la obra. Por lo general, las municipalidades ven con agrado que terrenos de grandes dimensiones sean loteados porque de esa forma, mejoran sus ingresos porque comienzan a utilizar otras escalas de tasas ya que de “terrenos baldíos” pasan a “casa habitación”. Comunas y gobiernos de provincia, son los primeros beneficiados.
Pero existe otro ejemplo, paradigmático y al mismo tiempo muy duro. Son aquellas personas que adquirieron un lote en “ph” y a la hora de solicitar el “final de obra” a la empresa distribuidora de gas domiciliaria, se encuentra con la fría y cruel realidad que el beneficio de contar con este servicio, lo tendrá cuando la empresa considere que existe suficiente capacidad para suministrar el gas.
Hasta aquí todo está bien, lo malo y cabrón se encuentra en el origen del trámite tanto en la municipalidad como en la empresa. Es por norma general que toda obra de construcción exige que se solicite el correspondiente permiso de construcción. En este punto, la comuna nada dice que el servicio de gas domiciliario está “atado” a  la capacidad técnica de la empresa. Tal información es más que importante porque frente a esa realidad del frentista –que no contará con el servicio- puede proyectar soluciones intermedias mucho antes de encontrarse en un callejón sin salida.
Tal silencio de tumba se repite en la mesa de entradas de la empresa que administra el suministro cuando el “feliz frentista” inicia la gestión de obra por medio de su “matriculado”. Se sospecha, pero nada se dice. ¿Por qué el silencio? La respuesta es clara para quien conoce el mercado de la distribución del gas. Una empresa se encarga de distribuir el gas por red y otra, diferente, el gas envasado o en garrafa. Pero existe una segunda razón: el gas que más se consume es utilizado en los sistemas de calefacción central. Principalmente en zonas de montaña o de mucho frío en donde la calefacción es utilizada las 24 horas del día.
Si el potencial usuario se inclina por incorporar un sistema a base de leña, difícilmente se incline luego por la calefacción central. La leña, en zona de montaña es más económica, de fácil acceso y muy utilizada en salamandras o las conocidas “estufas rusas.
Esta “realidad diaria” se contrapone con la cara feliz del funcionario cuando en público se solaza al hablar de los beneficios otorgados por el programa y no lo menciona, porque no conoce la “realidad diaria del ciudadano común”.
Este programa, como el sistema de tarjetas en el uso del transporte público de pasajeros, son simples acciones de “patear para adelante. Con el sistema de “tarjeta” se solucionan dos problemas: al trabajador se le brinda mayor seguridad porque no manejará dinero en efectivo y, a la empresa, le brinda una herramienta de fácil fondeo en el plazo inmediato. Por lo general, el usuario del servicio diario, no compra boleto por boleto, sino que invierte una suma de dinero que cubra, como mínimo, una semana laboral. Estamos hablando de un desembolso de 100 pesos por cada recarga y si a esa cifra se la multiplica por la totalidad de los usuarios “diarios”, se tiene una idea aproximada de la recaudación improvisada.
Pero este “beneficio” es para el usuario residente, no así para el “usuario eventual”, ese que no vive en la ciudad y se traslada a ella sea por vacaciones o para realizar trámites o una visita al médico. Para ese usuario no está solucionado el tema, porque no existen bocas de expendio de boletos eventuales y si las hay, siempre están muy alejadas de la zona céntrica, por donde se desenvuelve el usuario. Esta historia se repite al momento del regreso. Los boletos eventuales se pueden adquirir para ir, no para volver, ya que el correspondiente al regreso debe ser adquirido en el lugar.  Se calcula que por esta razón, el “usuario eventual” pierde media jornada para solucionar el tema del transporte.
Estos son los “logros” de un sistema impuesto por los de “arriba” sin importar lo que realmente les sucede a los de “abajo”. ¿Algún día habrá solución?    



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